jueves, 21 de junio de 2012

Desnudos

No es complicado desnudarse. Sólo tienes que desabrochar botones, bajar cremalleras. A veces es incluso más facil, sobretodo si te desvisten.
No me supone prejuicio quitarme la ropa y, a pesar de todo, sólo 2 personas han visto mi cuerpo desde que adquirí curvas.
La primera persona apenas miró. Supongo que no le interesaba o que buscaba otra cosa.
Alguna vez ocurre, te centras en el tacto y te olvidas de acariciar con miradas.
Todas esas veces que olvidó mirarme, yo me olvidé de desear.
Supongo que era presa de esas caricias visuales y su ausencia mataba mis ganas.

Si hablamos de la segunda persona, lo nuestro eran los rituales.
En el último paso, arrastraba despacio mi ropa.
Me gustaba verla esparcida por el suelo, sobretodo si rozaba sus pantalones mínimamente.
Creo que había algo de nosotros en todas esas prendas. Pedacitos de sentimientos que, aún tirados, reproducían nuestros movimientos a las 3 de la mañana.

A ratos nos dejábamos la ropa puesta, otras veces mi cuerpo rozaba el suyo hablando del pasado y del futuro. Normalmente sentir su piel me despertaba ganas de desnudarme; unas ganas tan puras que me arrancaba las vergüenzas y me abría en canal.
Noches como aquellas, le contaba todo lo que me daba miedo. Siempre obtenía caricias por respuesta. Caricias visuales, caricias en el pelo, caricias en el alma.
Era fácil que traspasara mi piel. Fácil disfrutar de las yemas de sus dedos. Fácil hasta callarme, fácil hasta dormirme.

Y es que él, cuando se desnudaba, volvía el mundo del revés.
Como amigos que éramos, aparcábamos las ganas para sonreír y sabíamos despertarlas con besos lentos.

Probablemente sea la única persona a la que he visto desnudarse así, la única persona con la que el pudor saltaba por la ventana.

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