sábado, 9 de marzo de 2013

A todos los magos

A veces te despiertas con un mal día y parece que nada puede arreglarlo. Esos días imposibles, solo los magos pueden mover hilos.
No sé si sacan conejos de chisteras o saben hacer trucos con cartas, pero reconozco a un mago en cuanto lo veo porque las sonrisas a su lado se vuelven más grandes. Mis magos son expertos en hacer sentir mariposas que no se conforman con vivir en la tripa, suben y suben hasta llenar cada rincón de cosquillas; están colmaditos de dulzura, les sale por los poros y les brilla en los ojitos. Sus dedos son especialistas en acariciar la piel o el alma, las letras fluyen empapadas de caramelos, amaneceres y oportunidades de volver a ser niño.
Los magos a veces te hacen llorar, pero son lágrimas dulces. Recuerdos que te erizan la piel, que no pueden volver y son mágicos porque no vuelven. Mis magos reviven los abrazos y el cariño y las noches en vela en que disfrutábamos de no dormir, enseñan a disfrutar del dolor bueno y sirven de musa. Se comen los días malos y los transforman en morfina, te enseñan el mundo y a ser estelar.
A ellos les debo hacer magia algún que otro día, porque, aunque digan que todo lo malo se pega, a veces consigo llevarme un poquito de su luz y crear algo bonito.

Gracias por las noches únicas, los buenos días, los mimos que llegan a distancia, las historia de amor convertidas en eternidad.
Gracias por la magia, gracias por la vida

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