jueves, 31 de enero de 2013

Para dormir cuando no estés

Te miraba. Te miraba como si fueras a evaporarte y acercaba la mano hasta tu rostro con miedo, para comprobar si te ibas o seguías respirando tranquilo. Sonreía y cedía a arrastrar las yemas despacio, a observar tus facciones tranquilas, a contemplar la belleza en tus pestañas, tan largas, tan cargadas de sueños.
Yo quería ser por ti un millón de cosas.
Entonces me sentía capaz de acabar con todo y con todos, pero, sobretodo, inundada por una calma casi espectral.
En el silencio de la noche, te miraba. Te miraba como quien contempla una obra de arte, con admiración, abrumado. Te miraba con tanta ternura que debían arderte los mofletes de rubor. Te estaba desnudando el alma.
Siempre que dejaba de dormir por mirarte, me entraban ganas de hacer el amor.
De hacerlo lento, bebiéndote, memorizando paso por paso cómo llegar a tu cima, disfrutando de cada roce y viviendo por cada uno de tus lunares.

Yo aprendí a quererte mucho en noches como aquellas. A desearte, a querer cuidar de ti toda mi vida; pero me hice dependiente, casi adicta a mi insomnio.

Aquí estoy, esperando por nuestras noches eternas, por hacerlas reversibles, por volver al incendio.

3 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar
  2. No entiendo por qué me pides cuentos si tú eres últimamente una de las mejores cuentacuentos que rondan por estos lares.
    ¿Puede ser que de un tiempo a esta parte escribas más dulce y bonito?

    Me has erizado la piel.

    ResponderEliminar