Jugábamos en la orilla, corrías de un lado a otro en cuanto el agua te rozaba los pies, te me tirabas encima gritando y riendo. Seguro que no sabías de qué manera te brillaban los ojos, pero yo lo veía...esa forma tan tuya de regalarte al mar.
Pertenecías al agua y lo mío era sólo un préstamo.
No eres de esas personas que no se marchan nunca, si no el resultado de un momento, del tiempo y de las olas.
Y yo lo entendía y lo acataba porque la corriente aún se mantenía a mi favor.
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