-Así que existes...-susurré. Tu voz al otro lado del teléfono, traspasándome, casi te había olvidado.
Cargada de matices, de mentiras, de risas ásperas, de palabras que sólo escucho de tu boca, de expresiones inventadas.
Me callo y te dejo hablarme de ese libro tan bueno de Murakami, de las tardes en la cafetería, de Florencia que suena a domingo, de compartir banco y filosofía
Soñamos a menudo con un reencuentro que no llega
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